John Cage y la caída de las torres

by - 9/11/2021

Me encuentro en una ciudad inmensa, y a mi alrededor pasan muchas personas insólitas. Diferentes estilos y nacionalidades. Gente que habla distintas lenguas.

Estoy quieta en medio de una calle muy transitada y, por extraño que parezca, la gente no se fija en mí, solo existo para ser esquivada, cual estatua de John Cage. Esto me lleva a poner el cronómetro en mi reloj. Tengo cuatro minutos. Treinta y tres segundos.

Creo que esta ciudad es Nueva York, pero no lo tengo demasiado claro, ni siquiera reconozco algunos de los edificios. Es curioso, llevo cuatro años aquí y sin embargo me siento aún como una extraña. La muchedumbre comienza a espesar y los empujones me obligan a moverme paulatinamente. Ya ha pasado un minuto.

Me fijo en diferentes vestimentas. Hay personas con cascos enormes, con gorros con pompones, con capuchas en forma de pico con cascabeles. Hay gente con bolsos, con mochilas, con maletines, gente sin nada. Hay tipos altos que van vestidos elegantemente y que llevan mucha prisa. Algunos de ellos hablan por un teléfono móvil de última generación. Hay hombres negros, mujeres chinas y niños japoneses. Han pasado dos minutos.

Distingo a mi derecha un estanco y mi cuerpo se para ante él. Me aproximo y compro una caja de cigarrillos Camel. El vendedor me mira con gesto ausente, como el resto del mundo. Han pasado tres minutos.

Sigo andando, esta vez con más soltura. Saco del paquete un cigarro dispuesta a fumármelo, pero no tengo fuego. Se lo pido a un hombre que está esperando apoyado sobre una farola. Para encenderlo aspiro y un aire caliente corroe mis entrañas quemándolas suavemente. Me duele, pero no doy muestras de ello. No fumo desde hace años. Voy caminando por todo lo ancho de la calle hasta llegar a una masa gigante que sobresale de la tierra. Han pasado cuatro minutos.

Entro en ese edificio de inmensidades monstruosas y subo las escaleras como si me fuera la vida en ello. Al llegar al cuarto piso miro el reloj. Treinta segundos. 

Tres.

Dos.

Uno.

Una vez la cuenta atrás ha finalizado el tiempo pasa a ocupar un claro segundo plano. Un fuerte impacto me golpea y me hace caer al suelo. El resto de las personas que están a mi alrededor también han sido víctimas del mismo destino. El suelo se tambalea y las paredes rechinan. El ambiente se torna gris y se puede observar la desesperación en los rostros más cercanos. No comprendo qué es lo que pasa pero algo me obliga a buscar una salida a aquel infierno. De pronto siento que me asfixio. El ambiente está cargado de humo y sudor. Veo a lo lejos un hueco de claridad. Me abandono a mis sentidos, y es en ese momento, por paradójico que parezca, cuando tomo total conciencia de todo mi ser.

Comienzo a correr hacia la luz, hacia el aire sin contaminar, y me lanzo al vacío. Estoy volando. 




Esta entrada al blog fue escrita en el 2010, cuando tenía 17 años.

You May Also Like

2 interacciones

  1. Alucinante! Desde el primer párrafo me he metido dentro de la protagonista, y el final me ha tocado, para empezar por imprevisto. Hacía tiempo que no me pasaba por aquí, y me alegro de que hoy lo haya hecho ;)

    ResponderEliminar
  2. Estoy de acuerdo con lo que dices en el post anterior, a veces es necesario esforzarse, aunque acabe contigo. Es una temporada, luego duermes dos días seguidos y cuando te levantas te encuentras el resultado, y te alegras de haber hecho lo que debías.

    ResponderEliminar

¿Qué impresión te ha dado esta entrada?