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SABELA SENN LOZOYA

VIDA DE ARTISTA


Hoy hace exactamente un mes de la puesta en venta oficial de nuestro libro (DES)AMOR. La Tribu de los Corazones Rotos. La respuesta a la pregunta del título es simple: sí, se puede. No obstante, no todo es un camino de rosas, pero las experiencias de cada una de las personas que pasan por este proceso es totalmente distinta. Yo te cuento la mía.




El cómo conocí a estas personas maravillosas que escribieron conmigo este fantástico libro es irrelevante, lo único que importa es que durante varios meses, nuestro contacto fue exclusivamente por videollamadas de carácter semanal. En nuestro caso, estas reuniones no eran fáciles de manejar porque (y en esto estamos todas de acuerdo) había un número grande de personalidades fuertes e indomables. Podía ser una hecatombe. Yo lo pensé en algún momento. Esto no va a salir porque somos una bomba de relojería.

Sin embargo, tal y como funciona el engranaje de un reloj, fuimos poco a poco enlazando todo lo que necesitábamos para que aquello funcionase. Tuvimos que diseñar calendarios, plan de marketing, creación de una comunidad, elegir personas encargadas de diferentes asuntos, contabilidad... Creo que el secreto es la pasión, las ganas que teníamos de que nuestro bebé viese la luz, eso fue lo que todo hizo que funcionase.

A veces los artistas somos un poco ególatras, o eso dicen, aunque no estoy del todo de acuerdo con el término. Lo cierto es que si un artista no admira su propia obra ¿quién pretende que lo haga? ¿El resto? No, la vida no te planta una oportunidad de frente, eres tú quien la buscas.

Es por ello que enviamos nuestro manuscrito a las editoriales que cuidadosamente seleccionó la persona encargada de ello, explicándoles por qué nuestro libro iba a ser un éxito, y una vez aceptados y decididos por una de ellas, empezó el tira y afloja habitual de los contratos. Que si quita esto, que si esto otro es inamovible. Nada más allá de lo que supone negociar el alquiler de una vivienda. Así lo sentí yo.

Después, sinceramente, todo pasó muy rápido. De repente me vi en Madrid conociendo a mis compañeras, amigas en muchos casos. Haciendo una presentación en un bar llamado Libertad que estaba a reventar. Noticias de prensa, lives en IG, presentaciones en diferentes ciudades, ¡Ah! Y robo de mi cuenta de Instagram por el medio. Demasiado para gestionar en tan poco tiempo. Y eso que hablo de un libro grupal, no quiero ni imaginarme cómo será el publicar mi propia novela, una que lleve mi nombre en la portada.

Una cosa que me hace mucha gracia es que me hicieron una entrevista en el periódico hace quince días que aún no se ha publicado, igual esperan hasta la cuarta edición. También me han invitado a un programa de radio que se llama Café con gotas, en CuacFM, la radio comunitaria de A Coruña. A mí estas cosas me hacen ilusión, lo confieso. 

Pero quizás lo que más me sorprende de todo es que yo no tenía ninguna intención de ser escritora, sino que escribía porque me aportaba placer (y lo sigue haciendo). El tema es que ahora estoy metida en mil proyectos e igual pronto tengo nuevas noticias, o no, porque por mucho que yo confíe en mí misma, también han de confiar otros.

En todo caso, me gusta improvisar, me gustan las sorpresas y no tengo miedo, ni a lo que venga, ni a lo que se quede como está. Todo pasa por algo.









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El encanto de la chica de pelo azul


No leas esto si tienes pensado ver Arcane, una serie de animación basada en el mítico videojuego de ordenador al que jugaban todos mis amigos del cole cuando era pequeña, el LoL (League of Legends). Pues eso, que no te recomiendo leer este artículo porque, ya sabes, alerta spoilers.

Soy una persona a la que no le gusta el manga, y tampoco muchas series de animación, la mayoría no me hacen mucha gracia, pero Arcane fue para mí todo un descubrimiento.

La serie avanza con ciertos puntos de enganche, pero sin duda, si algo me sorprendió fue el tercer capítulo. Sentí lo mismo que en el final de la primera temporada de Game of Thrones. Pensé que no tenía sentido continuar con la historia, y en qué pasaría a partir de entonces. ¿En qué momento a un guionista se le ocurre matar a los personajes principales de una serie? Si lo que pretenden es descolocar a los espectadores, la verdad es que dan en el clavo.

Pero lo que ocurrió fue una evolución psicológica de Powder de alucine. Cuando una niña pequeña está alienada puede creer todo tipo de cosas. Powder, que significa polvo, o pólvora, nos da una clara información sobre cómo será su cambio hasta que definitivamente se convierte en Jinx, una persona atormentada por el pasado, y con múltiples patologías mentales.

Pero, ¿qué es lo que realmente demanda Jinx? Demanda amor, esa necesidad tan grande de sentirse realmente querida de forma incondicional, y no por sus habilidades o destrezas. Ella se da cuenta de cómo Silco la utiliza en su propio beneficio, pero se aferra a él porque cree que es lo único que tiene.

Powder era un arma en potencia, pura dinamita, la niña que disfrutaba provocando explosiones. A la que las circunstancias convirtieron en un arma letal capaz de destruir todo lo que esté a su alcance, algo que sirve para estimular su mente. Le produce serotonina, le aporta satisfacción y a la vez es un método para descargar toda su rabia contenida.


Así que, ¿por qué Jinx?

Porque ella es la encarnación de los trastornos mentales originados por causas externas. Esa persona sobre la que recae una culpa tan grande que hace que se vuelva loca. Jinx no es aquella niña pequeña que cogía la mano de su hermana para que la protegiera. Ella es una víctima de un referente que la utiliza y se aprovecha de ella en el momento más trágico de su vida, aquel en el que pierde a todos sus amigos, al hombre que la cuidaba y, por si fuera poco, el preciso instante en el que creyó que su hermana la abandonaba tras culparla por el fastuoso incidente de ese tercer capítulo.

Representa todo aquello de lo que deseamos huir, porque es la viva imagen de sus propios miedos transformados en traumas. Porque su evolución natural es la que podemos observar en el día a día de algunas personas que sufren situaciones similares. Jinx no es un buen referente al que tener en cuenta, eso es obvio, pero sí es la evidencia explícita más atroz de lo que puede ocurrir cuando un niño no se siente amado.



Sabela Senn Lozoya
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Me encuentro en una ciudad inmensa, y a mi alrededor pasan muchas personas insólitas. Diferentes estilos y nacionalidades. Gente que habla distintas lenguas.

Estoy quieta en medio de una calle muy transitada y, por extraño que parezca, la gente no se fija en mí, solo existo para ser esquivada, cual estatua de John Cage. Esto me lleva a poner el cronómetro en mi reloj. Tengo cuatro minutos. Treinta y tres segundos.

Creo que esta ciudad es Nueva York, pero no lo tengo demasiado claro, ni siquiera reconozco algunos de los edificios. Es curioso, llevo cuatro años aquí y sin embargo me siento aún como una extraña. La muchedumbre comienza a espesar y los empujones me obligan a moverme paulatinamente. Ya ha pasado un minuto.

Me fijo en diferentes vestimentas. Hay personas con cascos enormes, con gorros con pompones, con capuchas en forma de pico con cascabeles. Hay gente con bolsos, con mochilas, con maletines, gente sin nada. Hay tipos altos que van vestidos elegantemente y que llevan mucha prisa. Algunos de ellos hablan por un teléfono móvil de última generación. Hay hombres negros, mujeres chinas y niños japoneses. Han pasado dos minutos.

Distingo a mi derecha un estanco y mi cuerpo se para ante él. Me aproximo y compro una caja de cigarrillos Camel. El vendedor me mira con gesto ausente, como el resto del mundo. Han pasado tres minutos.

Sigo andando, esta vez con más soltura. Saco del paquete un cigarro dispuesta a fumármelo, pero no tengo fuego. Se lo pido a un hombre que está esperando apoyado sobre una farola. Para encenderlo aspiro y un aire caliente corroe mis entrañas quemándolas suavemente. Me duele, pero no doy muestras de ello. No fumo desde hace años. Voy caminando por todo lo ancho de la calle hasta llegar a una masa gigante que sobresale de la tierra. Han pasado cuatro minutos.

Entro en ese edificio de inmensidades monstruosas y subo las escaleras como si me fuera la vida en ello. Al llegar al cuarto piso miro el reloj. Treinta segundos. 

Tres.

Dos.

Uno.

Una vez la cuenta atrás ha finalizado el tiempo pasa a ocupar un claro segundo plano. Un fuerte impacto me golpea y me hace caer al suelo. El resto de las personas que están a mi alrededor también han sido víctimas del mismo destino. El suelo se tambalea y las paredes rechinan. El ambiente se torna gris y se puede observar la desesperación en los rostros más cercanos. No comprendo qué es lo que pasa pero algo me obliga a buscar una salida a aquel infierno. De pronto siento que me asfixio. El ambiente está cargado de humo y sudor. Veo a lo lejos un hueco de claridad. Me abandono a mis sentidos, y es en ese momento, por paradójico que parezca, cuando tomo total conciencia de todo mi ser.

Comienzo a correr hacia la luz, hacia el aire sin contaminar, y me lanzo al vacío. Estoy volando. 




Esta entrada al blog fue escrita en el 2010, cuando tenía 17 años.

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Esa eterna duda


—Y tú, ¿qué haces para olvidar?

—¿Olvidar el qué?

—Supongo que olvidarme a mí, pero creo que mejor Preguntaré cómo olvidar en general.

—No lo sé, es imposible saberlo. No se hace nada, más que esperar a que pase el tiempo. Es como si pusieras un vaso debajo de un grifo abierto, se llena de agua, y luego va saliendo la que estaba y va entrando otra, pero siempre está lleno. Y al final... Quién sabe, puede quedar algo del principio, o no. Esa es la gracia.


"Debemos estar dispuestos a dejar ir la vida que planeamos para tener la vida que nos espera." Joseph Campbell

 




Sabela Senn Lozoya

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Era una tarde de invierno tan fría como aburrida... no, creo que más que aburrida era lenta, demasiado lenta para mi gusto. Pasé la tarde subrayando aquellas frases que me hacían sentir algo, ya fuese un escalofrío o tal vez una sonrisa de pronto dibujada en mi cara.

Llegué a muchas conclusiones en muy poco tiempo y, por lo tanto, muchas de ellas equivocadas. Pasé el día pensando únicamente en mi, aplicando a mi vida todo lo aplicable, todas las causas o explicaciones de mi estado y, aunque no sirvieran, me arropaba en ellas en el momento en que una lágrima resbalaba tímidamente por mi mejilla, hasta ser saboreada, salada como el mar en verano.

Pensé en una vida futura que se pudiese asemejar a esa tarde amarga, y no me gustó en absoluto, así que decidí hacer algo para cambiar, dar un vuelco de trescientos sesenta grados... ¿Pero en qué? Es extraño cuando sabes a la perfección cómo te gustaría que fuese tu vida en diez o veinte años, pero más extraño es cuando no sabes cómo debes comportarte para que todo salga según lo previsto.

Es inusual el ver a una chica risueña a la que todo le sale bien y de la forma exacta que lo planeó, pero eso nunca le sucede a nadie, nada es lo que parece y, sobre todo, las mayoría de cosas no ocurren de manera fortuita.


Una infancia adorando a una misma persona, para en la adolescencia no saber si ese sentimiento fue el acertado. Una vida amando, para luego no sentirse amado. Una vida al abrigo de un hogar, para luego sentirte atado a él, y querer escapar. Y ya lo dijo Fermín, que en el momento en que te paras a pensar si quieres a alguien, ya le has dejado de querer para siempre. No hay vuelta de hoja, has crecido, ahora te toca a ti vivir.



Sabela Senn Lozoya
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El ambiente estaba cargado de humo y sudor, pero ellos reían despreocupados. Toda la carga había cesado, y la felicidad emanaba de ellos cual manantial.

Durante el día visitaban esa nueva ciudad en la que pasarían el breve lapso de tiempo de una semana, y por la noche, bebían, reían, cantaban, amaban. Son las noches las que siempre se cuentan y los momentos que vivirán en sus corazones. Y es que entre todos los adolescentes, había una pareja que podía diferenciarse de entre tantas otras. Aquellos que por las noches se abrazaban en la cama y se aferraban a la idea de no separarse jamás.

Sin embargo, era el despertar el que les daba más vida, si cabe. Ella amanecía temprano, bella y sonriente, e iba a la ventana para mirar desde el balcón a la habitación contigua. Era entonces cuando él abría los ojos y la contemplaba, era su primera visión, que anunciaba un día perfecto.

En el desayuno bajaban en manada, el hotel tenía una parte del comedor reservada para ellos, para practicar tiro de comida, y acertar al chulo de la clase con las migas de pan. Las mesas eran de cuatro, y ella bajaba pronto para poder escoger una gran cantidad de alimentos. A su lado estaba esa amiga de la que no se separaba, y que la cuidaba en los momentos en que por fuerza necesitara que alguien estuviera allí, sosteniéndola, como dos noches atrás, cuando ella pensaba que él se había hartado de esperar.

Él llegó más tarde, con ese otro amigo, en versión masculina. Era grande, alto, callado, demasiado tímido, pero a la vez de sangre caliente. Iba vestido de negro, con una camiseta de las que se compran en los puestos de la calle, en ella ponía: "sonríe si quieres un polvo", y a ella le hizo gracia. No era por hacer lo que aquella camiseta de los chinos decía, si no por el hecho de que él la llevara puesta, y por su forma de alegrársele la cara cuando ella rió. 


Ese día fue el inicio de su historia de amor, un 21 de Junio del 2008. Fué ese día, cuando empezaron a querer, en una Barcelona mágica que rebosaba amor, un amor que duró algo menos de dos años, pero el primer amor nunca se olvida.


Sabela Senn Lozoya
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Hoy siento que el mundo gira hacia atrás, echo de menos cosas que antes echaba de más, siento que el tiempo destroza lo que con esfuerzo logró crear, me siento como una desconocida ante un espacio que ha cambiado, o que he cambiado.

Bueno, yo nunca he tenido las cosas claras, ¿sabes? Siempre he sido una persona que se encariña fácilmente, y luego se lleva los chascos del siglo. A veces creo que hay cosas que no podré cambiar, y luego en menos que canta un gallo he cambiado de parecer, como cuando de niña decía: "no, nunca pisaré una discoteca, ni saldré de noche, ni fumaré" como si siempre fuera a ser esa pequeña personita inocente. Sigo enamorada de lo que me hace mal, con vicios que no llevan a ninguna parte y tiempo gastado en mil tonterías con las que no aprenderé ni me servirán de nada.

Pero lo cierto es que nunca me costó nada ser feliz, y eso vale más que todo el oro del mundo. Soy capaz de pasar horas sola sin aburrirme, y de encontrar diversión en el más ínfimo detalle, y me siento obsequiada por ello, como si nada pudiese frenarme, con el mundo entero a mis pies.

Pero a veces las cosas más insólitas me cambian el rumbo, como olas que rompen contra el ritmo constante, como si el jardín se quisiese comer el cielo, como si no existiera un tú y un yo que forman una cadencia imperfecta.



Sabela Senn Lozoya

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Tal vez no sea yo la persona más indicada para hablar de mí misma, pero sí que puedo decirte lo que sé que soy. Soy artista porque soy música, porque soy violinista, porque soy pedagoga del lenguaje musical, porque soy musicoterapeuta, y porque, recientemente, puedo decir con orgullo que soy escritora.

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